martes, 6 de abril de 2010

El Mileniarismo

El milenarismo podría decirse que es una manifestación de la escatología cristiana que presuponía el final inminente de los tiempos. Cristo, a su Segunda Venida, establecería un reino terrenal perfecto y reinaría durante mil años antes del Juicio Final. Sin embargo el término milenarismo se ha adoptado para designar a todos los tipos particulares de sectas salvacionistas, ligado al concepto de mesianismo. En la Edad Media el temor al fin de los tiempos debió estar presente en la conciencia de las gentes, muy apegadas e una mentalidad mítica y simbólica.

Las interpretaciones del Apocalipsis
Tanto la idea del fin del mundo como la periodicidad milenaria se reflejan en la religión o filosofía de casi todas las culturas, el milenarismo cristiano, que continúa una antigua tradición judaica, Cristo debe gobernar el mundo durante un período de mil años (millenium). No está reflejado en los evangelios, pero sí por el Apocalipsis de San Juan: el reino mesiánico debía durar mil años; después, tras la destrucción y el juicio a los muertos, los elegidos alcanzarán un reino de gloria.
La apocalíptica cristiana tomó las profecías de los oráculos sibilinos y la tradición juanina: un guerrero salvador aparece en los últimos días para combatir con el Anticristo, convertido en el Apocalipsis en el mismo Satanás. La corriente milenarista desapareció de la enseñanza oficial de la Iglesia occidental, aunque sus textos siguieron vigentes alimentando el pensamiento cristiano. El humanismo evangélico trató de buscar la paz; en cambio, el judaísmo apocalíptico mantenía la alarma.
Los terrores del año mil
El siglo X europeo ha sido catalogado tradicionalmente como un período histórico oscuro y su culminación se ha planteado como una época de temores particularmente impactantes, que no responden tanto a una presencia de carácter apocalíptico, sino más bien a un conjunto de amenazas y condiciones específicas de la vida cotidiana.
La crítica de las fuentes muestra que fueron acontecimientos locales que llegaron a generalizarse y a encontrar eco en la propia Iglesia. El "mal de los ardientes" fue un fenómeno epidémico ocurrido al norte de Italia en el año 997, caracterizado por la quemazón de los miembros del cuerpo. Se produjeron grandes hambrunas por una serie de malas cosechas recurrentes. Los fenómenos de confrontación bélica en realidades feudales de Francia y el norte de Italia siguieron siendo habituales durante muchas generaciones. Las invasiones normandas se exageraron como un síndrome de amenazas permanentes; los grandes monstruos marinos o dragones no eran otra cosa que las innovadoras técnicas normandas de navegación. Por último, los acontecimientos naturales interpretados como signos apocalípticos fueron eclipses de luna, lluvias de estrellas o cometas: uno de estos prodigios fue un espantoso meteoro que permaneció visible en el cielo del año mil cerca de tres meses.
Estos fenómenos o testimonios tuvieron mayor relieve por difundirse en ceremonias habituales ante la población. Desde los medios clericales se promovió una visión apocalíptica y catastrófica. Se difundió la conciencia de que los desastres se debían a los pecados de los hombres. Para atajarlo, había un tipo de iniciativas religiosas: ayunos, oraciones, movimientos de tregua y paz, peregrinaciones hacia los Santos Lugares. La comunidad se enfrentaba a la catástrofe mediante la penitencia que, aplicada por la Iglesia, determina los pecados.

Manifestaciones milenaristas entre los siglos XI y XIV
La idea del Apocalipsis estaba bien visible en los fieles cristianos, con las representaciones del Juicio Final en los tímpanos de las iglesias desde el siglo XI al XIII. El recurso al Apocalipsis aparecía ante cataclismos políticos, militares o morales. Los textos iban destinados a los que sabían leer y las imágenes y su trasposición en la piedra escultural, a los que no sabían leer: la enseñanza de la fe era propagada por los ojos. Relacionada con la idea apocalíptica, se desarrolló la estética del feismo, que se basaba en el bestiario de los animales para representar el mundo demoníaco, si bien en los siglos XI y XII la figura humana fue predominante. Se acudía a lo grotesco, a lo feo y a lo monstruoso con objeto de que los fieles identificaran la estupidez en el pecado y el horror a la condenación en el Juicio Final. El pecado es repelente y se representa alegóricamente; por ejemplo, la lujuria es una mujer a la que unos sapos roen sus vergüenzas.
El ideal de la vida apostólica fue una respuesta contraria a la ostentación y las ambiciones políticas de la alta clerecía y a los concubinatos y la relajación moral del bajo clero. Los predicadores ambulantes aparecieron como guías espirituales e incluso como profetas inspirados en Dios. Este mesianismo surgía especialmente en épocas calamitosas de plagas y hambres. Paralelamente evolucionó la creencia de salvadores contra las huestes del Anticristo, sobre todo identificado con los infieles musulmanes a través de la lucha de las cruzadas y los judíos, aunque también era extendida la creencia de que el Anticristo sería un clérigo o un emperador. Las primeras cruzadas en Tierra Santa, en 1096 y 1146, se tiñeron de un transfondo milenarista con la participación de los pobres y de los niños; los movimientos mesiánicos de las masas eran más hostiles hacia los ricos y los privilegiados.
Durante la Edad Media fue común la interpretación de las catástrofes como castigos divinos. Los movimientos flagelantes nacieron con la idea de aplacar la ira de Dios y alcanzar el perdón de los pecados. Cuando a mediados del siglo XIV las pestes asolaron Europa, mermándola en casi un tercio de su población, las ciudades consideraron un privilegio contar con procesiones de redentores autoinmoladores.
En distintos momentos de descontento social surgieron más movimientos de corte milenarista, en busca de una sociedad sin distinciones de riqueza y status, como una edad de oro perdida en el pasado. Las predicaciones de Juan Hus, quien denunció la mundanidad corrupta de la Iglesia en vísperas del Gran Cisma de la Iglesia latina, motivaron la interpretación apocalíptica de los taborita -el monte Tabor fue en el que Cristo había profetizado su Segunda Venida- en Bohemia. En el ámbito alemán, en vísperas de la gran reforma luterana, también surgieron sectas clandestinas que preconizaban la igualdad del estado natural, como el anabaptismo. Estas herejías de la baja Edad Media fueron perseguidas por las autoridades eclesiásticas, como había sucedido en el siglo XII con el movimiento cátaro y en el XIII con el Libre Espíritu, cuyas doctrinas también abogaban por el purismo evangélico y contenían un vago sentimiento milenarista.

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